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martes, 13 de junio de 2017

UN ENCUENTRO INESPERADO


Aproximadamente una hora después de haber terminado consulta con un paciente, en cuya planeación terapéutica le había mencionado realizar una sesión en la que hablaríamos de su infancia para buscar reparar aquellas heridas emocionales que han podido causarle dificultades en su vida presente,  me encontraba aún terminando de completar el informe de los avances del día, cuando de repente la luz en la oficina, comenzó a titilar de forma irregular, dirigí mi mirada hacia la bombilla y ví cómo se iba desvaneciendo la energía, hasta quedar, ciertas partes negras y rojas en su interior, creí que simplemente tenía que cambiarla porque había alcanzado el límite de su vida útil, así que me levanté y fui a presionar el interruptor para apagarla y prender la del lado; sin embargo, esa tampoco funcionó. Probé con las luces del baño y la de la cocina, hice lo mismo con la de la habitación; pero tampoco funcionaron, de modo que caí en cuenta que era una circunstancia ocasionada por un fallo eléctrico.

Mi oficina la tengo ubicada y acondicionada en el apartamento donde actualmente resido. Eran aproximadamente las 6 de la tarde, así que decidí salir a dar una vuelta para despejar la mente y darle tiempo al fallo eléctrico para que se restableciera, y a mi regreso, poder seguir trabajando. Caminé por algunas calles conocidas cercanas al barrio, hasta que me dió hambre y opté por comprar algo para llevar a casa. Caminé de vuelta y todo estaba absolutamente normal. Llegué a mi apartamento, acomodé las cosas para ponerme a cenar y revisé si el fluido eléctrico se encontraba normal; pero no era así. Busqué una vela, la acomodé en un candelabro que conservo como decoración, y me dispuse a cenar tranquilamente bajo la tenue luz. Comí satisfactoriamente, y al terminar de cenar, realicé nuevamente la prueba y esta vez, ya la luz estaba funcionando.

Desde mi móvil puse algo de música, levanté y ordené lo que correspondía a la cena y cuando me disponía a encender nuevamente la computadora para seguir trabajando, luego de haber apagado la vela… justo en ese instante, la bombilla comenzó a titilar y su energía se fue desvaneciendo hasta quedar completamente todo a oscuras.

Sin más opciones, decidí revisar el móvil, aún tenia carga, así que me entretuve con uno de los juegos que mi niña había descargado meses atrás y que hace rato no usaba. Por fortuna ese no lo eliminé, porque me sirvió para distraerme durante una media hora; pero al cabo de ese tiempo, otra vez, tuve la necesidad de hacer algo diferente. Como es costumbre, nuevamente probé con todos los interruptores del apartamento, algunas de las bombillas daban un rastro de luz, pero muy tenue, otras, completamente cegadas.

Me quedé por algunos minutos sentado en la mesa del comedor observando profundamente el movimiento de la llama en la vela, lentamente ondeaba y me atrajo su fluidez. Estaba absorto en su movimiento, hasta que un ruido me sacó de mi ensimismamiento, era proveniente de fuera, escuché que alguien habría la puerta de entrada al edificio y me detuve en medio de la penumbra de la noche a detallar sus pasos mientras subía por las escaleras, justo hasta el tercer piso. Lo extraño del asunto es que curiosamente la luz del pasillo se encendió, así que pensé que ya estaba resuelto el inconveniente de la energía eléctrica, me levanté de mi silla y confiado en que la bombilla encendiera, presioné el interruptor, sin observar ningún cambio a mi alrededor. Probé con los tacos eléctricos; pero todo seguía completamente igual.

Ya eran en el reloj, aproximadamente las 8: 30 p.m. Resignado me recosté en la cama, y me puse a recordar algunas letras de poemas y de canciones, mientras las grababa con el móvil. Continué así casi hasta las 9:00 p.m. Fue en ese justo momento en que decidí correr las cortinas y ver algo del mundo desde la ventana de mi habitación, respiré profundo y me recosté nuevamente en la cama, esta vez, cubriéndome con las cobijas. Reflexioné sobre muchas cosas del momento y sobre la tranquilidad que forzosamente la vida me estaba proporcionando en ese instante, pensé que todo tendría un sentido lógico de ser y que no debía oponerme a ello. Así que me relajé, agradecí el momento al Universo y sonreí.

Así fue, estaba allí recostado en la cama, viendo fuera de mi ventana, con una sonrisa en el rostro y disfrutando aquel momento de silencio, soledad y paz que me ofrecía la noche. Pensé que en estos tiempos de tanto caos, velocidad, angustia, estrés y desconección del mundo real, a veces era necesario tener ese íntimo contacto consigo mismo, así sea a la fuerza. Agradecí de nuevo y esta vez más consciente de la oportunidad del momento, medité hacia lo profundo de mi ser.

Como es evidente, no supe en qué momento, caí profundamente dormido. Algo me despertó y tuve la necesidad de ir al baño; entredormido, caminé y de forma automática puse mi mano sobre el interruptor y encendió la luz; sin embargo, solo advertí su presencia cuando iba de regreso a la cama y la había apagado. Me recosté nuevamente y totalmente dispuesto a seguir descansando, me arropé y me volteé, reconciliando el sueño…


Al parecer, al poco tiempo de haberme dormido, creí escuchar unos extraños ruidos provenientes de fuera de la habitación, quise hacer un esfuerzo por mantener el sueño; pero el ruido era insistente. Mas dormido que despierto, me incorporé de la cama y me dirigí a la puerta; al abrirla, vi una tenue luz proveniente de lado de la sala, debo confesar que estaba asustado. Me asomé sigilosamente y vi como titilaba la bombilla, mientras hacía un ruido parecido a un extraño zumbido que retumbaba en medio del vacío de la sala; como pude extendí la mano y presioné el interruptor. Todo quedó en silencio y en penumbra. Recuperé la tranquilidad y el sueño se había esfumado. Regresé a la cama y me arropé, disponiéndome por completo a volver a dormir; pero no podía conciliar el sueño, así que miré la hora en el móvil, eran justamente las 2:34 a.m. Volví a meterme entre las cobijas obligándome a buscar el sueño y me acomodé boca abajo, con los brazos rodeando la almohada. Poco a poco sentí que me iba quedando dormido, con breves interrupciones por sobresaltos inesperados que de repente me dejaban semidespierto, en un punto que me era totalmente imposible distinguir el sueño y la realidad.

Me giré sobre mi cuerpo hacia el lado izquierdo para quedar boca arriba; pero en ese instante sentí que la cama me absorbía y empecé a caer, intenté abrir los ojos, pero todo estaba oscuro y no me era posible reconocer nada a mi alrededor. Así de golpe, sentí que tocaba fondo y me encontré sentado en la cama mirando hacia el frente. No parecía conocer nada, no sabía donde me encontraba, luego comencé a reconocer mi habitación, los muebles, mi cama, la mesa de noche, la cortina. La oscuridad se empezó a disolver;  sin embargo al lado izquierdo de la cama, había algo inusual. Desde ahí mismo, estiré el brazo y toque el interruptor para encender la luz. Es difícil de explicar; pero no tuve miedo en ese momento, vi a un niño sentado en el piso, jugando, entretenido. Me fui moviendo lentamente en la cama, hacia la orilla, como intentando no hacer ruido para que no advirtiera mi presencia; pero levantó su cara me miró y dijo: ¡hola!.

Abrí mis ojos sorprendido y dije: hola… ¿quien eres…?
El niño sonrió y yo igual. Se levantó del piso y se subió a la cama junto a mí, en su mano tenía un pequeño carro de juguete y comenzó a hacer un ruido extraño con la boca:
Rummmmmmmm, Rummmmmmmm, Rummmmmmmm, mientras movía el carro por encima de la cobija simulando que saltaba y caía, para seguir andando. Luego se volteaba a verme y sonreía aun más, como si me conociera, como si tuviera confianza en mi.

Por un corto instante de tiempo que parece haber durado horas enteras, nos miramos fijamente a los ojos, hubo una extraña conexión, algo que invade el cuerpo y lo recorre como los nervios mismos; pero que no causa molestia o temor, una sensación de complicidad y de regocijo revuelto con algo de nostalgia; como cuando ves de nuevo a alguien, luego de vidas enteras de no verle o sentirle. Ya para este momento no quería distinguir si era sueño o real lo que experimentaba, simplemente tenía la necesidad de saber qué era aquello que vivía.

Allí mismo, sentados encima de la cama frente a frente, comenzamos a charlar, pregunté por él, por su familia, por sus miedos y sus fantasías, le hablé de las mías. Hablamos de su vida y de la mía, y coincidimos en la misma teoría, parecía imposible no haberlo reconocido antes; ese niño y yo, éramos uno solo. En serio, parecía un sueño, pero todo era tan normal, tan familiar y parecía tan real, que me negaba a dudar de su presencia. Quería que la noche no acabara, quería que tuviéramos todo el tiempo para hablar de tantas cosas que no sabrías cómo decírtelas a ti mismo. Tenía que planear con él toda una vida, decirle donde estar y donde no, advertirle cuando actuar y cuando no, evitarle ciertos sucesos y pedirle que interviniera en otros, tenía que decirle como fuera, que no cometiera los mismos errores y que tomará mejores decisiones. Pero supe que no me alcanzaría la vida misma para reponer lo que le trasciende a ella.

Pensativo, me levanté y fui a la cocina, el chico me seguía mientras hablaba de una cosa y la otra, muchas sin sentido aparente, muchas que yo ya ni recordaba, preparé una bebida caliente y saqué una galletas para compartirlas, volvimos a la habitación y nos subimos a la cama. Yo estaba pensando más claro al respecto de este encuentro. Le conté muchas historias, cosas que habían pasado en mi vida y muchas de ellas incluso ni las creía, le hablé de los triunfos y las derrotas que se me habían presentado, le hablé de las pérdidas y de los aprendizajes y no olvidé mencionarle cada momento en que viví un estado intenso de felicidad; recordé tantas, que ahora quien no creía en todo ello era yo mismo. Caímos en cuenta juntos, que las cosas que tanto él como yo habíamos vivido, eran inmensamente significantes para obtener lo que había logrado y para aprender a valorar lo que tengo en este instante y lo que ya no tengo. Fue como un despertar, en donde removiendo todos aquellos recuerdos, sentimientos, pensamientos y sensaciones, valoras más lo que eres y pierdes el temor a verte de frente de principio a fin.

Empezaba a amanecer. Lo abracé con fuerza y él se agarró a mi, como temiendo perdernos el uno al otro, ambos lloramos en ese instante, no fue de dolor, ni de tristeza; fue una inmensa tranquilidad, una indistinguible alegría y un gran amor el que sentimos en ese instante, fue una fuerza interior que movió nuestras fibras y nos conmovió hasta permitir que las lágrimas brotaran, para limpiar aquellos rencores del pasado y permitir que la luz interior se hiciera presente, para saber el poder que hay en el interior que compartimos él y yo.  Le dije que ya no habría nada que temer, que las deudas del pasado habían quedado saldadas y que ahora gracias a ese encuentro, a sus palabras y a su mirada comprensiva, sabía que no había obstáculo alguno que nos detuviera, seguiríamos adelante y estaríamos uno en el otro, siempre, dándonos la fuerza necesaria para volver a ese encuentro inesperado que nos trajo la verdad de nuestro ser; aún sin saber distinguir el sueño de la realidad.

Nos recostamos en la cama, nos miramos nuevamente con los ojos aun empapados de felicidad  y allí quedamos dormidos…

Al despertar, abrí los ojos y sentí un vacío, tenía mi mano extendida como si intentara alcanzar algo hacia el lado izquierdo de mi cama. Volvieron a mí, todos los recuerdos de esa noche, me levanté de un brinco y miré todo alrededor, la luz de la habitación estaba encendida, la cortina entreabierta. Salí a la sala, todo estaba normal, me dirigí al baño y al verme al espejo encontré de nuevo su mirada, justo allí en mis ojos; ya no vi dolor, solo encontré la pasividad de una dulce mirada con la sensación de fuerza y creatividad que habita en la niñez, aquella que me mira desde entonces para recordarme la energía vital de mi interior, para recordarme, que me tengo a mí mismo donde quiera que esté.



Ps. Juan Pablo D.